Nave Nordon en el Cerco industrial de Peñarroya. Edificio imprescinsible para entender la industrialización
tardía de nuestra Comunidad Autónoma
Existen algo más de 8.000 municipios en España,
medianos, grandes y pequeños. En la mayoría de ellos la conducta digamos
“normal” aparte de la lógica preocupación por la a la crisis demográfica (el 70% pierde población) y el
paro es el orgullo por lo propio, la defensa de su identidad. Este
comportamiento, a veces arrogante, a veces cateto, lleva a sus habitantes, por ejemplo, desde la jactancia histórica al seguimiento acérrimo
de su equipo de fútbol de tercera categoría, pasando por la glorificación estética
pongamos que del relieve de los capiteles
de la puerta de su parroquia elaborada en una piedra rara.
Esta forma popular, aparentemente tan
patética y tan hortera de defender los orígenes encierra mucho de positivo.
Sobre esta exaltación de lo local descansa el respeto por su cultura, por su
manera de ser y de entender el mundo, algo que se transmite de generación en
generación de una forma casi genética.
En sintonía con sus habitantes, las
autoridades de estos municipios tienden a fortalecer ese sentimiento mediante la organización de efemérides como instrumento
de cohesión social, el impulso de elementos
que sirvan de embajada en el exterior y el destino
de recursos para la conservación y protección del patrimonio.
En el lado opuesto, encontramos un mínimo
porcentaje de municipios en los que el
común del ciudadano padece el complejo
del prisionero (yo no tenía que estar aquí), menosprecia su pasado, su presente y su futuro y, lo que
es peor, lo transmite por dondequiera que va. La salvaguarda de la patria chica
en estos casos corresponde a los emigrantes.
Estos pueblos, que más que pueblos, parecen
una agrupación espontánea y forzosa de
personas en el espacio y en el tiempo padecen una crisis mucho más grave que la
demográfica o la económica, la de carácter social. Ésta se traduce en que el residuo de sociedad que
va quedando en ellos se caracteriza por
un desapego brutal hacia su historia y la práctica del desgarro cultural como deporte. Los gobernantes de estos
municipios, a juego con el paisanaje suelen alimentar la indolencia general con su propia parálisis.
Proteger para olvidar. La Nave Nordon data de 1956 y representa el canto del cisne
de la construcción roblonada en España. Su interior guarda un tesoro en forma de Puente-grúa
amenazado de desaparición. Menos mal que está protegido
Podríamos decir, no sin tristeza, que Peñarroya-Pueblonuevo
reúne las condiciones para formar parte de esta categoría. Basta con observar la manera tan calamitosa con que se relaciona, trata y gestiona su
principal monumento para reconocerlo: el Cerco.
Si preguntásemos a muchos ciudadanos locales por este enclave muy pocos contestarían que es uno de los patrimonios industriales españoles más importantes. Por el contrario, lo común es escuchar la palabra vertedero o la expresión espacio a desmantelar. En cuanto a las autoridades, los avances tampoco son mucho mayores. Aunque andan elaborando un reglamento de
protección del sitio, lo hacen sólo a nivel teórico y violan los acuerdos con los agentes sociales sistemáticamente.
A día de hoy, en el Cerco se sigue jugando a airsoft con autorización del Consistorio pese a que había unanimidad en su prohibición y se sigue royendo
patrimonio con total impunidad ante la ausencia de un plan de vigilancia diseñado por la Policía Local.
En esta situación no nos sorprende que el puente-grúa de la Nave Nordon esté a punto de desaparecer tras el arrancamiento de
los pilares que sustentan el original artefacto en los últimos días. Éste es, pensamos que por poco tiempo, uno de
los últimos elementos mecánicos que
todavía sobreviven al continuo expolio y
una de las joyas tecnológicas de Andalucía en su categoría (data de 1956). El
colapso de este ingenio supondría
la más grave de las pérdidas patrimoniales
de los últimos años en la ciudad.
El puente-grúa aún resiste pero, ¿Hasta cuándo? los pilares han sido arrancados
Un lugar
en el que la gente corriente arrasa sus monumentos con violencia talibán y donde los líderes sociales son cómplices de la catástrofe, una ciudad en
la que el Cerco es considerado antes una estorbo que un tesoro es un lugar que ya no existe, aunque esté habitado, aunque aparezca en los mapas.
Cada vez que sus ciudadanos destruyen patrimonio Peñarroya-Pueblonuevo está renunciando a la construcción de un elemento fundamental para que puedan llamarse a sí mismos pueblo o ser llamados pueblo por los demás: una identidad. Invertir esta situación es posible pero difícil porque aunque se conocen los recursos para producir
el cambio (educación, concienciación, sanción) no se encuentran los
líderes adecuados para aplicarlos.
Nosotros, siempre
quijotes y herejes en nuestros ratos libres, lejos de arrojar la toalla seguiremos
viendo arte donde muchos ven escombros, perseveraremos en la lucha para que Peñarroya-Pueblonuevo
llegue a ser algún día un pueblo normal y, por supuesto, entre la indiferencia
general persistiremos en la labor de cronistas
de este atentado interminable, aunque sólo sea para que quede constancia del delito, con la esperanza de que nuestros hijos, los que no se
marchen, herederos obligados de lo poco que
quede del Cerco encuentren esa identidad que sus padres no supieron o no
quisieron darles.
Día del Cerco 2012. Foto Silvia Carrasco
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