jueves, 5 de julio de 2012

De paseo por los arrabales de la historia


Para la mayoría de los ciudadanos de este país, el edificio de la historia quedó terminado en el siglo XVIII, dejando los siglos XIX y XX en un infinito presente que conecta con nuestros días. Este principio aceptado tácitamente por casi todos nosotros ha condicionado el valor que damos a los monumentos, objetos, documentos y procesos humanos que nos rodean.

Tanto se ha desarrollado esta corriente de pensamiento popular en nuestros días que se acepta como paladín de la historia cualquier pueblo o ciudad que contenga un castillo, palacio, palacete, residencia real, iglesia milenaria, catedral, monasterio, mezquita, cueva primitiva o una combinación de estos elementos. Del mismo modo, se tiende a subestimar a municipios con un patrimonio histórico y cultural diferente.

La historia se vende y se consume al peso en la actualidad, como en la carnicería. Más siglos, más peso, más valor.

Parece que solo aquellos personajes dignos de aparecer en los cuentos de hadas estuvieran autorizados para producir historia. Consideramos afortunado y civilizado aquel pueblo en el que dejaron su huella reyes, reinas, príncipes o princesas, bien sea en versión la cristiana o musulamana (califas, sultanes, emires, etc). ¿Y qué me dicen de los Caudillos y Conquistadores? Ellos si que forjaban historia en forma de bastiones, fortalezas y murallas que hoy admiramos en nuestra piel de toro. Ahora bien, los auténticos maestros en esto de la producción histórica son los Santos, profetas y sus delegados en la tierra. Solo hay que contemplar el incontable número ermitas, iglesias, monasterios, colegiatas y catedrales que salpican nuestra paisaje urbano y rural.


Sin embargo, procesos más abstractos desarrollados a partir de 1800 como el declive progresivo de las monarquías e imperios y su sustitución por Estados-nación, la puesta en duda de los valores tradicionales por parte de la sociedad, el desarrollo científico y del capitalismo, son más difíciles de entender por la población en general. En este cajón de sastre de los 3 últimos siglos la gente suele pensar quese dio un  divertido y sostenido progreso tecnológico amparado por una revolución industrial que se reinventa constantemente. Para muchos, la historia acabó en el ochocientos.

Esta es la razón por la que el patrimonio representativo de esta época, en el que las construcciones de la producción ocupan un lugar destacado, tienen para el público la misma importancia que los productos  masivos que se fabricaban dentro de ellas. Ninguna. A las chimeneas, edificios fabriles, hierro, cristal, acero les sobra olvido y les falta el polvo que el tiempo ha depositado sobre espadañas,  alcázares, porcelanas, maderas nobles y tapices. En este mismo sentido, los personajes de aquella época, ingenieros de renombre internacional, grandes hombres de negocios europeos, científicos y presidentes del Gobierno son vistos como meros comparsas al lado de los malvados comendadores y demás hombres de púrpura a la hora de recordar efemérides.

Así las cosas, poblaciones como Peñarroya-Pueblonuevo, fundada entre los siglos XIX y XX a golpe de codicia por los ricos herederos de los Reyes, se la trata como menor de edad en el sentido histórico. Se suele interpretar la historia de esta ciudad como anomalía evolutiva de la zona y no como elemento enriquecedor. Existe una especie de racismo histórico que la estigmatiza. Este hecho condiciona la manera en que se perciben sus propios ciudadanos y, cómo no, quienes se asoman para verlos desde fuera.


Gustamos de hacer juicios simplistas de la realidad. Apreciamos lo antiguo por el hecho de serlo, y excluímos lo nuevo, o lo menos viejo, sin entrar a valorar aspectos como la excepcionalidad, originalidad o la estética. Imbuidos en esta dinámica de desprecio general por todo lo contemporáneo y acomplejados por el  fracaso de aquel sueño de la SMMP, también los habitantes esta ciudad se han acostumbrado a mirar para otro lado a la hora de revisar su pasado. Hay pereza en este pueblo minero por contemplar su historia. Buena prueba de ello es el lamentable estado de conservación en que se encuentra gran parte de su patrimonio arquitectónico.

Allí donde otros municipios de España adornan su historia y sus monumentos para orgullo cateto de todos sus moradores, Peñarroya-Pueblonuevo esconde la suya propia, cuando no se burla de ella. Parece como si esta antigua ciudad industrial todavía no hubiese aceptado el destino que la vida le tenía preparado. La tristeza por el progreso robado impide a sus habitantes examinar las ruinas de su esplendor con un mínimo de devoción, de respeto. Poder decir aquello de ¡Joder! tras aquellos muros de carbonilla quemó su vida  mi abuela, mi bisabuelo, mi tío o mi padre. Aunque yo no pude hacerlo ese lugar es sagrado para mí. 

Y es que conocer lo que pasó en el lugar en el que se vive es algo mucho más serio de lo que en un principio pensamos. Es el cimiento sobre el que descansa la identidad, los valores de una comunidad concreta, la tierra en la que se hunden las raíces de un pueblo. Una población que posee una identidad definida, que preserva y transmite su patrimonio cultural, está más preparada para crecer en  los ámbitos económico, social, cultural y deportivo que otra que carece de ella. Si aceptamos este principio como válido, entonces el acto de aprender y recordar el pasado se convierte en un deber de todo ciudadano.

Peñarroya-Pueblonuevo, uno de los pocos lugares de la tierra donde las chimeneas de las viejas fábricas son más altas y más antiguas que sus iglesias, necesita con urgencia reconciliarse con su pasado para alcanzar nuevas metas. Abrir un debate profundo sobre lo que fue, sin lamentos, sin pena, como base de lo que quiere llegar a ser. Cuando estás perdido en algún punto del camino, como ocurre hoy en día, se suele encontrar más fácilmente la salida volviendo sobre tus pasos, por el camino que te llevó hasta allí, en lugar de sentarte en el suelo y ponerte a llorar.


El documental titulado "La Madre, una Historia de Colonialismo Industrial" ha supuesto una excelente oportunidad para que Peñarroya-Pueblonuevo desnude su intenso ayer humeante frente el espejo y, lo que es más importante, que se acepte a sí misma tal cual es y no como sus ciudadanos hubieran querido que fuera. Una visión descarnada de la realidad que pretende agitar conciencias entre sus espectadores. Un aspecto que garantiza objetividad es el hecho de que los autores de los 55 minutos de metraje sean foráneos en su mayoría, además de profesionales de primer nivel. Es decir, no responde a ningún interés particular ni personal, sino que es totalmente independiente.

Verdaderamente, hace falta todavía mucha pedagogía y tiempo de maduración para que en España las chimeneas y las fábricas abandonadas tengan el mismo valor que una alcazaba. Sin embargo, si este documento audiovisual sirve para que se protejan en el lugar donde ha sido grabado, el intento habrá merecido la pena.


Desde este espacio virtual queremos manifiestar nuestra admiración por el excelente trabajo realizado por el colectivo Brumaria en pos del patrimonio cultural de Peñarroya-Pueblonuevo al tiempo que agradecer un esfuerzo introspectivo y de conocimiento que bien debieran haber hecho sus propios ciudadanos y que por otra parte necesitan.

1 comentario:

  1. Muy acorde con tu modales y formas. Me ha gustado muy mucho la expresión y redacción de este artículo.

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