sábado, 1 de enero de 2011

Recuerdos del tren


... Cruzamos el pueblo y nos llevaron a otra estación, no menos triste, no menos negra, donce había otro tren, pero de vía estrecha, Era el ferrocarril minero. Habían cargado algunas mercancías que me parecieron cajas de municiones, sacos llenos de pan o de patatas, garrafas de no sé qué y sólo faltábamos nosotros. Subimos y el tren arrancó.


El trayecto fue corto. Nos alejábamos del pueblo hacia unas cumbres que debían ser las de Sierra Morena. A los 10 o 20 minutos el tren giró a la izquierda y paró en un apeadero que se llamaba Cámaras Altas. Aquellas cumbres me intrigaron desde que las vi. Habíamos estado dos horas subiendo y tenían que ser las de Sierra Morena; por tanto, allí debían estar las trincheras. Nunca me imaginé que se llegara a las trincheras en tren. Al otro lado de la vía estaban unos soldados cargando en acémilas algunas cosas que sacaban del tren  y que luego se alejaron por una carretera que partía de allí mismo.




Aproveché para bajar del vagón, ir detrás del apeadero y mirar las cumbres. A mi izquierda empezaba una montaña que formaba un arco que ocupaba la mitad izquierda del paisaje. Por su falda se veía la vía que a continuación iba a recorrer el tren y que la subía hasta un tajo excavado en su cresta, por donde se metía y pasaba a la otra vertiente. Esto se veía en el centro del paisaje. Luego la cresta subía y formaba una cumbre rocosa como un castillo.Después volvía a bajar y su perfil me lo ocultaba otro monte, al lado derecho del paisaje.


Antes de que la vía del tren llegara al tajo, se veía en ella un vagón cisterna parado y junto a él una casita. Desde aquella casita hasta el apeadero donde estábamos había un camino. Supuse que el tren se detenía allí, donde estaba el vagón cisterna y que en la otra vertiente de aquellas crestas se encontraban las trincheras.


Terminada la descarga, el pequeño tren reanudó su marcha. Giró a la derecha y, resoplando, empezó a subir por la ladera de la montaña hasta llegar al vagón cisterna donde el maqninista lo paró, hábilmente, a solo unos centímetros de distancia. A la derecha de la vía estaba la casita que era una construcción de ferrocarril y ahora el puesto de mando del batallón al que íbamos destinados. Salimos del vagón a una pequeña explanada que había junto a la casita e inmediatamente salieron el comandante y un par de oficiales a recibirnos, al tiempo que el tren retrocedía y se marchaba, llevándose el vagón cisterna. Al marcharse el tren pude ver la cresta del monte tras la que debían estar las trincheras. Mientras miraba la ladera de la montaña y el sargento que nos traía hacía entrega de nosotros, se fueron acercando, poco a poco, los que iban a ser nuestros camaradas...

 "En el frente de Peñarroya 1937". Eduardo Sánchez de Badajoz. Editorial Aljaima.

Las vetustas estaciones, las casitas de tren así como sus hoy solitarios andenes y apeaderos han sido testigo de importantes acontecimientos personales e históricos. Aquellos edificios que actualmente se encuentran en estado de semiabandono marcaron el destino de muchas personas, vidas humanas al fin y al cabo, que pasaron por aquí con sus alegrías, penas y miserias a cuestas, o, como en el caso del protagonista del relato que presentamos, con el miedo a morir en una guerra entre hermanos.

Con este y otros documentos que verán la luz en próximas entradas quiero rendir un homenaje a todos aquellos que, para bien o para mal, se dejaron jirones de su vida en estas peculiares construcciones de carbonilla. Construir la vía verde y conservar sus alegres edificios blanquirrojos supone no solo una apuesta definitiva por el turismo de la zona sino también recuperar nuestra memoria colectiva.

Luchemos, todos juntos, contra el alzheimer histórico.

1 comentario:

  1. Estupenda narracion. Un placer disfrutar de ella. Gracias por compartirla.

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