Francis Rousillon y su esposa, Jaqueline
posando delante de la chimenea de la fábrica de papel
junto a María Dueñas y Minerva Solana
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Resulta frecuente escuchar en los ciudadanos de la comarca y especialmente en los
Peñarroya-Pueblonuevo voces que hablan sobre lo bien
que vivieron aquellos antepasados cercanos en el tiempo teniendo junto a sus casas minas y fábricas generadoras bienestar, bienestar que mirado con la
perspectiva de la época actual y la de
los derechos sociales que hemos conquistado no lo era tanto.
Y es que, de algún modo, todos nos dejamos llevar a veces por esa ensoñación nostálgica de que
todo tiempo pasado fue mejor. Somos enemigos del cambio que nos ofrece el presente, lleno de incertidumbres, y
preferimos quedarnos en la zona de confort del pasado, que siempre sale ganador, porque es inmutable y,
por supuesto, predecible. Además, podemos adornarlo como queramos y adaptarlo a nuestros
intereses, que no está nada mal para un recuerdo ¿no?
Lo que jamás imaginamos, es que
esta isla de progreso que fue Peñarroya-Pueblonuevo en una Andalucía
atrasada y pobre, también pudiera marcar la existencia los ingenieros franceses los descendientes que trabajaron aquí. No
podemos obviar que estos profesionales residían en París o en la otrora importante región industrial de
Lille y Lens, cuando no en ciudades cosmopolitas como Roubaix, capital mundial del
tejido de aquellos tiempos, es decir, en sociedades mucho más adelantadas que
la creada aquí, en un entorno rural, además de contaminado, y a 2000 kilómetros
de su hogar.
Tampoco podemos negar que esta renuncia también tenía como contrapartidas muchas otras ventajas como
era disfrutar de un buen sueldo, disponer de una gran vivienda con todas las
comodidades de la época, tener 200 días de sol al año, un sol que ya empezaba a ser apreciado por la clases
pudientes extranjeras desde principios del siglo XX y el exotismo de
conocer nuevas culturas a precio de saldo.
Bien sea por un motivo u otro, lo
cierto es que es relativamente frecuente
recibir la visita de los herederos del
personal técnico que dirigió las industrias de la Sociedad Minera y Metalúrgica
de Peñarroya a la búsqueda de unas raíces que se encuentran nada más y nada
menos que a 2.000 kilómetros de su casa.
Justo en el centro y sentado, Hilario Huguenot |
El penúltimo heredero de los tiempos del imperio, si se puede
llamar así, que se ha dejado caer por aquí ha sido Francis Rousillon, nieto del
que fuera director de la Papelera y la Yutera, Hilario Huguenot.
Fue una visita fugaz, que apenas ha durado un fin de semana, pero que le sirvió para reencontrarse 60 años después de su partida
con la casa en la que vivió y las viejas fábricas por las que
él corría y jugaba con su abuelo,
mientras su padre trabajaba en una finca de la campiña cordobesa.
Entre sus lugares a conocer no podía faltar, lógicamente la chimenea de la fábrica de papel, en fase de restauración. Acompañado de Minerva Solana, María Dueñas y su familia, como artífices de la visita, así como de Eugenio López, estuvieron haciendo preguntas sobre el pasado de la fábrica y tratando de recordar alguna peripecia personal en los años 60.
Y es que sea cual sea el país del que procedamos y hayamos
lo que hayamos hecho, la patria en la
que todos nos encontramos y en la que hablamos un mismo idioma es nuestra
niñez.
En cualquier caso y sean cuales sean los motivos que traen a
esta noble y educada gente, lo cierto es que muy bonito para este municipio comprobar que siguen vivos los vínculos afectivos con
nuestro poderoso y en otro tiempo colonizador vecino. Bien es cierto que se
llevaron nuestras riquezas, pero es igualmente cierto que crearon un imperio en un erial, un imperio
del que nos beneficiamos durante más de 100 años.
De modo que, bienvenido Monsieur Rousillón y bienvenidos
sean todos los franceses que con su esfuerzo y
trabajo contribuyeron a construir el municipio que somos, el municipio
que tenemos.
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