Joaquín Rayego es natural de Peñarroya-Pueblonuevo y emigrante forzoso desde los años 60. Desde la ciudad donde reside actualmente, Sevilla, se ha convertido durante el último año en un activo columnista en los medios digitales locales (si se me permite la expresión. Desde un punto de vista literal aquéllo que es digital no puede ser local), en un firme defensor del asociacionismo de Peñarroya-Pueblonuevo y en paladín del patrimonio industrial, minero y ferroviario.
La semana pasada nos hizo llegar este documento relacionado con la fábrica de harinas de Peñarroya-Pueblonuevo para que lo publicásemos en nuestro foro. El resultado es un artículo lleno de recuerdos, conocimiento y sentimiento hacia su tierra. Tan sólo estoy en desacuerdo con una de sus frases: no es cierto que la tierra no reconozca a sus hijos emigrados, sino que siempre los espera, dondequiera que estén, dondequiera que vayan.
Amigo Joaquín, mientras sigas pensando en ella, aunque sea venir de visita, esta siempre será tu tierra, esta siempre será tu casa.
Desde su etimología griega la palabra
“pan” aporta a nuestra lengua el significado de “todo”. Y no sé si tendrá que
ver algo en eso el nombre de un semidiós, de gran apetito sexual, que tocaba la
siringa y que, como el flautista de Hamelín, tenía la extraña virtud de hacerse
acompañar de ninfas y jovencitos.
Pero si sabroso es el significante mayor
aún lo es el simbolismo cultural.
En Egipto el trigo era regalo de dioses; en
Roma hubo una diosa cereal; y, en cualquiera de nuestras casas, el humilde
alimento se asentó como representante de la hospitalidad.
Cuántas veces mi tía nos regalaba con pan,
aceite y azúcar, a mis amigos y a mí. Y cuántas, las mujeres de la calle La
Montera acudían a socorrer al vecino con una lata de “comida” y un blanco trozo
de pan.
“Con pan y vino se hace camino”, solían
decirnos nuestros padres. Y aquellos niños de entonces, acabados de merendar,
depositábamos nuestro “panis angelicus”
en una ventana para que alguien más necesitado que nosotros lo pudiera
aprovechar.
Si con el término sal aludimos a la gracia
andaluza, a los buenos deseos, y a la
necesidad real de un “salario”, con la palabra pan aludimos a la autenticidad
de llamar a las cosas por su nombre, de andar por la vida con sinceridad, como
refiere el dicho.
Ya desde los albores de la Edad Media, y
conscientes de la importancia de este manjar en la alimentación de amplias
capas sociales, la autoridad reglamentó el funcionamiento de las tahonas, el
comercio de granos y la calidad del pan, que ya por entonces gozaba de un
amplio repertorio léxico: el cuartal de dos libras, el mollete, el cemite, etc…
Fue un modo de poner fin a las terribles
hambrunas; como las que provocaron el denominado motín del Pendón Verde, en Sevilla (S.XVI), o el
Motín del Pan, en Córdoba (s. XVII).
Ya en su Diccionario Geográfico Español de 1848, Pascual Madoz no se olvidaba de hablar de este bocado, ni
de aquellas poblaciones productoras (Alcalá de Guadaíra, Utrera, Gandul…). Era
el bendito alimento que compartían los mendigos de Diego Velázquez, o los
cartujos de Zurbarán.
De las excelencias de esta golosina me vine
a enterar cuando ya era tarde y estaba de moda el insulso pan de molde.
Fue un condiscípulo de Letras quien me
ilustró sobre el particular, al tiempo que provocó que se me cayera más de un
lamparón gustoso sobre mi peculiar jersey.
Me habló de los molineros y de sus viejos
molinos; de las variedades de pan que alimentaba a la población (mollete,
bollo, telera, hogaza, boba,…); de la aplicación que había que dar a cada
pieza: ésta viene bien para untar con mantequilla; aquella es la apropiada para
el bocadillo de jamón; ésta para tomar con unas jícaras de chocolate “Valor”,
el de los cromos; y aquella otra, para hacer “barquitos” y navegar…
………………………..
En estas fechas en que la diosa Juno nos
rejuvenece, algún viejo caminante habrá estado cavilando sobre el albero amarillo
del girasol, sobre las rubias espigas que pintaba Van Gogh, sobre la afanosa
labor de las cuadrillas de segadores, sobre los trabajos de trilla, sobre
palabras antiguas como bieldo, parva, gavilla, pósito, hoz…
Aún
recordará aquel relato titulado “Seguir de pobres”, que un día leyó en
su libro de Política; historias de
segadores a las que dieron vida Ignacio
Aldecoa o Francisco
Rodríguez Marín; o aquella otra, la que escribió Iván Alekseyévich Bunin (
"El Segador"), en que la naturaleza y el hombre, ese hombre que
puebla nuestro paraíso perdido, se erigen en protagonistas y nos llaman a
reflexión:
“El encanto residía en el eco, en
la sonoridad que se diseminaba por todo el bosque. El encanto consistía en que
la canción no existía por sí sola: estaba relacionada con todo lo que veíamos y
sentíamos (…) ¿En qué consistía el hechizo de esa canción, de su constante
alegría a pesar de toda su desesperanza? Precisamente en que el hombre no creía
y no podía creer, a pesar de su fuerza e integridad, en esa desesperanza”.
………………………
No se me olvidará nunca el pan que comí en ese pueblo. Ése
que olía a comunión cuando entrabas en casa de Nono. Ese que comían de mañana
en casa de mi tío Miguel Merelo, y que llamaban “pan francés”.
Gracias a la filantrópica generosidad de
María Espadas parece ser que la fábrica de harinas “Santa María” está destinada
a ser el “Museo de la Harina y del Pan” de ese bendito pueblo, que ya ni
me reconoce del tiempo que hace que no me ve.
Espero que como todo buen proyecto merezca
de la confianza de todos, del empuje del Ayuntamiento, y de la tutela de un magnífico
gestor.
Cuántas fotos antiguas de aperos de
labranza, de cabalgaduras, de personas, de horneros, palistas, segadores…se
podrían colgar allí; cuántas canciones de arado y de siega; cuántos vídeos
sobre aquellos trabajos ya casi desaparecidos hoy; cuántos relatos de
campesinos y segadores; cuánta vida ya apagada, como sombras de candil, y
cuánta Antropología "de botas" se podría exponer allí…
Vaya, por mi parte, esta pequeña colaboración para ese proyecto y una canción popular que oí:
que lo riegan con amor/ como si fueran las flores.
De la tierra sale el trigo/ y del trigo sale el pan
y del pan nace el derecho/ el derecho a comer pan.
Del trigo sale la harina/ que vivan los molineros.
que viva mi tierra linda/ que yo por ella me muero.
De la tierra sale el trigo/ y del trigo sale el pan
y del pan nace el derecho / el derecho a comer pan.
Gracias, Rubén, por tus cariñosas palabras. Y permite que te llame compañero; que compañero es alguien con quien no sólo compartes el pan y la compaña; también la palabra y la quimera de soñarse en un mundo más alegre, más justo y más cordial.
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