Aunque en muchos ámbitos se la viene considerando como un mero ramal ferroviario o como un simple tren minero, La Maquinilla, nuestra Maquinilla, era mucho más que eso, era una verdadera línea férrea, no muy larga, pero con un servicio gratuito de trenes para mineros, empleados de la SMMP y público en general, perfectamente estructurado entre Belmez y Peñarroya.
Los horarios de estos trenes de viajeros coincidían generalmente con los relevos de las minas y los turnos de trabajo de las industrias del Cerco de Peñarroya, en algunos casos trenes completos de viajeros y en otros sólo unos coches que se añadían a alguno de los muchos trenes carboneros que circulaban por la línea.
En los años veinte del pasado siglo dos de estos trenes tenían nombre propio. El primero fue el llamado “Coche de los Heridos”, a las 10 de la mañana, con sólo un vagón, que llevaba a los enfermos o heridos de Belmez para sus tratamientos y curas en el hospital que la SMMP tenía en Pueblonuevo. El segundo era el llamado “Tren de los Novios”. Casi todos los trabajadores del Cerco salían del trabajo hacia las seis de la tarde, por lo que se dispusieron dos trenes en dirección a Belmez, uno a las seis y media, y otro a las siete, diferenciando la hora de salida de los empleados de las diferentes fábricas y talleres para evitar aglomeraciones.
Precisamente este último, el de las siete de la tarde, además de ser utilizado por los trabajadores, que tenían preferencia en los asientos, se utilizaba por los muchos terriblenses y peñarroteros que tenían novia en Belmez para ir a cortejarla. Volvía este tren, con sus novios, dos horas después. Salía de El Montadero de Belmez a las nueve y veinte, llevando a los mineros que entraban en el relevo de las diez y algunos guardas nocturnos de la compañía.
La casualidad ha querido que Miguel Barbero, cronista oficial de Villanueva del Duque, nos haya regalado un relato que escribió hace algún tiempo sobre sus años mozos, cuando sus amigos pretendían a alguna muchacha de Belmez y utilizaban este “tren de los novios”, que seguía cumpliendo su función de celestina algunas décadas después.
La Plaza del Santo de Belmez, allá por los años treinta del pasado siglo, lugar de juegos, reuniones y amoríos. |
Éramos jóvenes de 15 y 16 años, quizás menos. Lo teníamos todo planeado, el día, quiénes íbamos y en qué Maquinilla.
Casi todos estudiantes del Instituto recién inaugurado, nos juntábamos en el recreo y preparábamos el viaje, inquietos por el momento del encuentro con las chicas belmezanas. Porque de eso se trataba. El que más y el que menos ya tenía el corazón “tocado” por ese primer amor que hace temblar al pensar en la joven amada y hacía asomar los colores al rostro, aún imberbe, del muchacho que ya había iniciado en varias ocasiones el traslado de Pueblonuevo a Belmez en aquél tren minero que era aprovechado por jóvenes de ambas poblaciones para desplazarse a la localidad vecina con el fin de conocer a aquellas muchachas que resultaban una novedad y podrían ser una promesa de amor futuro. Creo que siempre ha ocurrido así, los chicos y chicas han intentado encontrar su media naranja en pueblos ajenos al suyo. No tengo explicación a esa conducta, tal vez el conocer a gente nueva, distinta a las que ya conoces por vecindad o la aventura de buscar lo desconocido; reitero que no tengo demasiada claridad en este aspecto. Pero lo cierto es que así ocurría y sigue ocurriendo.
A la hora acordada, nos reuníamos en cualquier banco del Llano y emprendíamos camino de la estación del Cerco, pasando al lado de nuestro centro de estudios. Y había que estar atentos y ser puntuales, pues si perdías la Maquinilla estabas perdido, ya que la próxima salía cuando debías regresar a casa a cenar y acostarte para levantarte al día siguiente para asistir a clase. Más de una vez tuvimos que cogerla en marcha tras un buen carrerón.
Tras unos breves minutos llegabas a Belmez y nos dirigíamos hacia el parque, frente al cuartel de la guardia civil. Allí se encontraban las chicas que también estaban esperando a aquellos jóvenes con los que había un especial compromiso. El resto buscaba la forma de entablar conversación o jugar al corro (que también lo hicimos) y así pasar la tarde. Pero cuando querías darte cuenta llegaba la hora de regresar y el tiempo había pasado volando. Apurábamos tanto que las despedidas solían ser a la carrera y salíamos pitando para la estación a fin de montar en la Maquinilla que nos llevaría de regreso a casa. En varias ocasiones llegamos tarde y tuvimos que volver por carretera, andando o corriendo los 8 kilómetros, con el apremio de llegar a tiempo a casa y no descubrieran nuestros padres dónde habíamos estado.
Muchos matrimonios surgieron de estos encuentros gracias a aquél original ferrocarril que posibilitó el contacto y enamoramiento entre jóvenes de ambas poblaciones. Y también surgieron verdaderas amistades que perduran después de tanto tiempo transcurrido.
Aquella antigua y recordada Maquinilla fue, durante un período de tiempo, además de portadora de trabajadores a los tajos mineros de la zona, el vehículo de las primeras ilusiones juveniles de toda una generación de jóvenes terriblenses y belmezanos. ¡Qué tiempos!
M. Barbero
No hay comentarios:
Publicar un comentario