jueves, 2 de febrero de 2012

Locomotoras humanas


Eso es lo que fuímos, al menos, el pasado Domingo 29 de Enero. Quince de nuestros asociados tuvieron que transformarse en trenes de carne y hueso para subir, por no decir escalar, los 17 km. de vía muerta entre Córdoba y Cerro Muriano. De paso, también, experimentar el extraordinario esfuerzo que hacían aquellas viejas máquinas de vapor y diesel que circularon por esta línea durante más de un siglo.

A las 9:30 dió comienzo la marcha reivindicativa por una Vía Verde en el Guadiato más difícil que hemos realizado hasta la fecha y que, probablemente, haremos jamás. 400 valientes, aproximadamente, concurrieron a la cita, que ya cumple su cuarta edición. Acudieron menos de los que deberían, teniendo en cuenta la entidad poblacional de la capital de la provincia (320.000 habitantes) y las excelentes condiciones climáticas en las que se desarrolló el evento (20º de temperatura, nada de viento y cielo raso).

Sin ánimo de desalentar, la pobre asistencia registrada es señal de que la sociedad cordobesa tiene mucho que madurar en este particular. Felicitamos, por ello, a la Asociación "Vías Verdes y Amigos del Camino" y al Grupo "Yoga Santuario", tanto por su perseverancia en este proyecto tan bonito como por la modélica organización.

El grupo, nada más salir de la Torre Malmuerta, tomó literalmente las calles de Córdoba. Un carril de los dos que disponía la calzada fue cortado ex profeso para la ocasión. Ello unido a la ausencia de tráfico propia de los días festivos transformó aquel ombligo de la ciudad en una especie de oasis de silencio. Los edificios de 10 plantas que se asomaban a las avenidas hacían de caja de resonancia que amplificaba nuestras conversaciones y el lijado del calzado constra el asfalto. El peatón está perdiendo la batalla de la calle frente a los coches. Por eso es tan importante enseñar a hablar y a escuchar a estas arterias urbanas sordomudas, aunque solo sea por un día, para que no se olviden de nosotros. 
 

Un poco más adelante, a la salida de Córdoba, comenzamos a ir en fila de a uno y a alzar la voz. Somos como un pabellón de presos a la entrada de una discoteca. Los vehículos a motor, voraces en la lucha por espacio público y sonoro, nos encarcelan en las aceras, islas ridículas perdidas en el océano asfáltico.

Por fin tomamos un desvío que enlaza la que fuera bisabuela de la N-432. Mis padres y abuelos utilizaban este acceso más parecido a una calzada romana que a una carretera en una época en que los minutos, las horas, los días, eran más largos que los actuales. El tiempo, como la economía también se ha devaluado. La verdadera sierra de Córdoba está precedida por otros montes superficiales de residuos que se acumulan hasta un kilómetro a las afueras de la ciudad. El gobierno municipal debiera iniciar una profunda reflexión sobre cómo resolver el problema de la suciedad acumulada en sus alrededores. La limpieza del entorno también es un indicador de esa cultura de la que tanto se ha presumido y en la que tanto se ha invertido en los últimos años.

En el estercolero periurbano despierta nuestro instinto arqueológico. Las investigaciones dan sus frutos. Encontramos por fin el balasto, prueba ferroviaria irrefutable. Ya sobre la plataforma, ésta se convierte en una perfecta atalaya desde la que observar la importante sucursal que la cultura del pelotazo tiene establecida en la conocida como "Carrera del Caballo". Llamar desorden a lo que se percibe es un decir un piropo.

Este naufragio sociológico y urbanístico permanece junto a nosotros durante varios cientos de metros. Acto seguido giramos a la izquierda y nos reagrupamos en un puente de nueva planta construido sobre N-432 actual. Bajo nuestros pies los coches nos saludan con sus claxons con aire burlesco. Sus pitadas altivas nos recuerdan que, aún en el campo, no nos será tan fácil escapar de los tentáculos alquitranados.

Fuente: trensim.com
Después del avituallamiento emprendemos la marcha hacia la vía, que no la plataforma. Y decimos bien. La mayor parte de los 17 km. de la línea se encuentran en perfecto estado de conservación. Parece como si los trenes llenos de viajeros y mercancías todavía rodasen por estos parajes y estuviésemos, por tanto, cometiendo una imprudencia. En este punto nos transformamos en funambulistas de bajo nivel. Se cuentan por cientos los tropezones y los resbalones de aquí hasta la meta. Acumulamos agujetas en el cuello de tanto mirar hacia abajo y somos incapaces de mantener una conversación medianamente fluida con el resto de sufridos compañeros de marcha. Utilizamos la voz y el oído para relacionarnos, toda vez que la mirada se encuentra demasiado ocupada en percibir el cremoso balasto, las traviesas ordenadamente desordenadas y los rieles infinitos. El cuerpo humano nunca estuvo diseñado para caminar sobre raíles, del mismo modo que las locomotoras nunca lo estuvieron para circular por la arena: Manuel Trujillo. Vicepresidente de la plataforma "A desalambrar", me indica que la cicatriz arenosa que desfigura el monte situado a nuestra espalda corresponde a la antigua vía de seguridad de los Pradillos. En otro tiempo la única forma de frenar los trenes desbocados por la elevada pendiente era establecer vías de seguridad o, en el peor de los casos, un "estrelladero", que no era otra cosa que un barranco por donde precipitar el convoy para evitar el choque con los trenes ascendentes. Un mortal accidente, de tantos, ocurrido en 1964 propició la sustitución del mencionado barranco por este carril que sorprende tanto por su longitud como por su desnivel.

Mientras charlamos, el fragor mecánico de la N-432 va cesando. Tan solo se percibe ya un murmullo de fondo, parecido al sonido del agua que sale de un grifo abierto. 
 

De vez en cuando, el relativo aislamiento perceptivo al que nos somete un hábitat tan particular como este se ve sorprendido por el frío de las angostas trincheras excavadas en la roca y la oscuridad de los túneles furtivos. De entre todos, el de la Balanzona penetra en las entrañas de la tierra más que ningún otro del recorrido. 323 metros de oscuridad a la vez que de belleza. El tenue halo de luz que emiten nuestras linternas permite distinguir decenas de columnas interiores de hormigón meticulosamente distribuidas a un lado y a otro, a modo de costillas. Parece como si hubiésemos sido tragados por algún animal y estuviésemos contemplando su caja torácica en el tránsito hacia el estómago. Impresionante anatomía la de este agujero. 
 
Las proximidades de las bocas artificiales rodeadas de una tupida barba vegetal, casi selvática. 40 años más y la plataforma se convertirá en un auténtico bosque ferroviario. La naturaleza tiene título de propiedad y lo ejerce en cuanto el ferrocarril se descuida. Avanzamos por la espesura como insectos a punto de quedar atrapados en una tela de araña.

El túnel de la Balanzona, que se ha pegado un atracón de personas, nos empuja finalmente hacia la luz. Al fondo, se agranda la imagen enmarcada de un viejo y oxidado depósito de agua, testigo mudo de la era del vapor en España. En aquel lugar las asmáticas locomotoras de vapor se detenían en este abrevadero de metal como mulos sedientos para recuperar su musculatura de acero en plena escalada. El desnivel era tan grande que los maquinistas de los convoyes aplicaban la denominada "doble tracción por cola", una suerte de esfuerzo ferroviario compartido en el que la máquina que tira de la carga es ayudada por otra equivalente por detrás. Era un principio básico inquebrantable de solidaridad proletaria entre estos obreros de hierro.
 
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Fuente: picasaweb.google.com
Emulando a los humeantes trenes de antaño, nos detenemos a la vera del botijo ferroviario. La arboleda ejerce de visera, filtrando los rayos del sol y calentando el lugar a modo de estufa, como en una acogedora sala de estar. Los hipnóticos encantos del lugar fomentan la pereza en el grupo. Apetece quedarse allí a hasta la caída del sol y coger el último e imaginario tren de la tarde.

Retozamos como rumiantes durante 20 minutos en el prado de La Balanzona. Los humildes pastores de la marcha, entonces comienzan a jalear al rebaño para que no se entretenga demasiado. Otros tantos, mastines y perros de agua, ladran cariñosamente en la cola para que ninguna cabra quede rezagada. Reitero la excelente organización.

Reiniciamos la subida con más pausa que prisa. De haber sido árbol más de uno hubiese elegido este lugar para echar sus raíces. Durante los kilómetros siguientes la vía se convierte en un inmenso balcón que mira a la sierra y sus alrededores. Percibimos a lo lejos el río Guadalmellato y el embalse de Navallana, un arroyo y un charco desde nuestra localización. Es en este punto del camino la piel serrana manifiesta todos sus verdes invernales. La tierra se arruga sobre sí misma, como una hoja de papel estrujada por las manos de un niño.
 
 
La pasarela ferroviaria vuelve a clavarse en el monte, esta vez haciendo un leve pespunte en la roca. A la salida del poro de hormigón aparecemos en un bulevar de roca viva, una bella e inocente trampa pétrea de imposible pérdida.

Caminamos hasta que el sol ilumina nuestros ojos apagados por la sombra de la umbría de fábrica. Desorientados y algo fríos caemos sobre las curvas del famoso bar "Frenazo", punto de encuentro habitual de los penitentes conductores que bajaban o subían el escalón natural; usuarios, siempre por necesidad, de la carretera de la Sierra. Paramos por última vez en una caseta de tren abandonada. Echamos un vistazo hacia abajo. Lo que hace unas horas era un compacto y poderoso ejército de senderistas ahora es un reguero de alpinistas jadeantes, doloridos y aislados. En aquel lugar, al igual que las viejas locomotoras de vapor, llenamos nuestro ténder particular de un brevaje isotónico.

Nuestras bielas se ponen de nuevo en funcionamiento. Penetramos por última vez en las tripas de la sierra mientras el perfil se torna cada vez más amable con los invitados. El escenario vegetal cambia bruscamente de figurantes. Los arbustos y encinas de las primeras alturas son sustituidos por pinos piñoneros. Sus grandes copas nos envuelven, constituyendo galerías naturales que desembocan finalmente en la localidad de Cerro Muriano.
 
 
En el pueblo, la estación reposa envuelta en una atmósfera de melancolía. El edificio principal, adusto, solitario y mudo, aguarda el silencio, que no tiene hora de salida ni de llegada; los andenes, desiertos, sustentan el viento; las vías auxiliares desnudas, dan cobijo a las plantas y pájaros silvestres. Unos niños juegan al balón en el parque adyacente. Indolentes, afortunados, felices. No entienden del abandono ni del olvido que les rodea.

Desde esta página la Asociación La Maquinilla insta a las autoridades a recuperar la más que conveniente conexión ferroviaria del Guadiato con Córdoba así como el reciclaje de la plataforma que no sea utilizada para este fin como Vía Verde. Porque el Norte de Córdoba tiene derecho a un futuro más digno y unas comunicaciones básicas para su desarrollo, porque tanto la sociedad cordobesa y guadiateña actual demandan y merecen nuevas formas de movilidad sostenible alzamos la voz, para quien nos escuche, para quien corresponda.
 

¡Hasta pronto! ¡Volveremos a vernos en la Vía Verde del Guadiato!

NOTA: queremos agradecer públicamente, una vez más, a Carmelo Díaz y a Antonio Jiménez la elaboración del vídeo y el reportaje fotográfico adjunto de esta aventura. Ellos son siempre los que se sacrifican mientras los demás disfrutamos.
 

3 comentarios:

  1. Antonio Jiménez Tambien te quiere...felicitar por tan precioso escrito,Besitos

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  2. Soy un lector habitual del blog y creo que ha sido muy desafortunado este artículo, no entiendo como una asociación que defiende un proyecto de vía verde no apoye a otro colectivo con los mismo propósitos y encima reenvindique todo lo contrario. El Guadito para su desarrollo económico y garantizar la seguridad de todos sus conductores lo que necesita es la construcción de la futura autovía, y dejaros de trenecitos que sólo será para tirar el dinero, como ocurrirá con la estación de los Pedroches.

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  3. Bueno, dejando a un lado los comentarios del amigo "autovia" , estamos de acuerdo que el desarrollo es muy importante y tal y tal... pero si todos pensaramos como "autovia" no existiria ningun patrimonio cultural ni de ningun tipo, vamos "el muerto al hoyo...". Enhorabuena al composidor de este articulo porque es una verdadera sinfonia de sensaciones. Adelante a las autovias y al progreso pero que nos dejen cuidar nuestro patrimonio al menos.

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