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miércoles, 27 de marzo de 2019

Raíces a 2.000 kilómetros


Francis Rousillon y su esposa, Jaqueline
posando delante de la chimenea de la fábrica de papel
junto a María Dueñas y Minerva Solana
Resulta frecuente escuchar en los ciudadanos de  la comarca y especialmente en los Peñarroya-Pueblonuevo voces que hablan sobre   lo bien que vivieron  aquellos antepasados cercanos en el tiempo teniendo junto a sus casas minas y fábricas generadoras  bienestar, bienestar que mirado con la perspectiva de la época actual  y la de los derechos sociales  que hemos conquistado no lo era tanto.
Y es que, de algún modo, todos nos dejamos llevar  a veces por esa ensoñación nostálgica de que todo tiempo pasado fue mejor. Somos enemigos del cambio que nos ofrece el  presente, lleno de incertidumbres, y preferimos quedarnos en la zona de confort del pasado, que  siempre sale ganador, porque es inmutable y, por supuesto, predecible. Además, podemos adornarlo  como queramos y adaptarlo a nuestros intereses, que no está nada mal para un recuerdo ¿no?
Lo que jamás imaginamos, es que esta isla de progreso que fue Peñarroya-Pueblonuevo en una Andalucía atrasada y pobre, también pudiera marcar la existencia  los ingenieros franceses  los descendientes que trabajaron aquí. No podemos obviar que estos profesionales residían en París o  en la otrora importante región industrial de Lille y Lens, cuando no en ciudades cosmopolitas como Roubaix, capital mundial del tejido de aquellos tiempos, es decir, en sociedades mucho más adelantadas que la creada aquí, en un entorno rural, además de contaminado, y a 2000 kilómetros de su hogar.
Tampoco podemos negar  que esta renuncia también tenía como contrapartidas muchas otras ventajas como era disfrutar de un buen sueldo, disponer de una gran vivienda con todas las comodidades de la época, tener 200 días de sol al año, un sol  que ya empezaba a ser apreciado por la clases pudientes  extranjeras desde principios del siglo XX y el exotismo de conocer nuevas culturas a precio de saldo.
Bien sea por un motivo u otro, lo cierto es que  es relativamente frecuente recibir la visita de los herederos  del personal técnico que dirigió las industrias de la Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya a la búsqueda de unas raíces que se encuentran nada más y nada menos que a 2.000 kilómetros de su casa.
Justo en el centro y  sentado, Hilario Huguenot

El penúltimo heredero  de los tiempos del imperio, si se puede llamar así, que se ha dejado caer por aquí ha sido Francis Rousillon, nieto del que fuera director de la Papelera y la Yutera,  Hilario Huguenot.
Fue una visita fugaz, que apenas ha durado un fin de semana, pero que le sirvió para reencontrarse 60 años después de su partida con la casa en la que vivió y las viejas fábricas por las que él corría  y jugaba con su abuelo, mientras su padre trabajaba en una finca de la campiña cordobesa.
Entre sus lugares a conocer  no podía faltar, lógicamente la chimenea de la fábrica de papel, en fase de restauración. Acompañado de Minerva Solana, María Dueñas y su familia, como artífices de la visita, así como de Eugenio López, estuvieron haciendo preguntas sobre el pasado de la fábrica y tratando de recordar alguna peripecia personal en  los años 60.
Y es que sea cual sea el país del que procedamos y hayamos lo que hayamos hecho, la patria  en la que todos nos encontramos y en la que hablamos un mismo idioma es nuestra niñez.
En cualquier caso y sean cuales sean los motivos que traen a esta noble y educada gente, lo cierto es que muy bonito para este municipio comprobar  que siguen vivos los vínculos afectivos con nuestro poderoso y en otro tiempo colonizador vecino. Bien es cierto que se llevaron nuestras riquezas, pero es igualmente cierto que  crearon un imperio en un erial, un imperio del que nos beneficiamos durante más de 100 años.
De modo que, bienvenido Monsieur Rousillón y bienvenidos sean todos los franceses que con su esfuerzo  y  trabajo contribuyeron a construir el municipio que somos, el municipio que tenemos. 

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